La ignorancia no es una bendición. Ni ahora ni nunca.
Lo que no se sabe te puede matar, sobre todo cuando hay charlatanes de por medio.
En 1953 no había vacuna contra la poliomielitis. Muchas familias, incluida la mía, fueron destruidas por los efectos de este virus. El virus causaba defectos físicos en las extremidades de sus víctimas y otros males, provocados por daños irreparables en sus sistemas neuromusculares. Mi madre intentaba defendernos del virus con alcanfor, que colgaba en bolsitas de nuestros cuellos porque era lo único que había.
En 2025, si vivís en un país que puede permitirse almacenar una vacuna, no tenés excusa para que este virus destruya a tus hijos y a tu familia. ¿O sí la tenés? ¿Acaso las teorías conspirativas son una buena excusa?
En 2025 murieron niños en Texas, cuando todo lo que se necesita es una visita al médico para vacunar a tu hijo. Podés probar con aceite de hígado de bacalao. Pero, te digo, en 1951, mi madre probó la medicina popular y el alcanfor no funcionó. En cuanto hubo una vacuna disponible, la obtuvimos; primero la Salk, luego la Sabin. Fue demasiado tarde para mi hermano pequeño. Muchas décadas después, tan pronto como me lo permitieron me vacuné contra la COVID-19 y ¡me sentí tan afortunada al recibirla!
No soy ingenua. Sé que la ciencia es una actividad humana y, como tal, está sujeta a problemas humanos. La ciencia no es perfecta porque los humanos no lo somos. Sin embargo, el método científico es la mejor herramienta que tenemos para determinar si algo funciona o no. El alcanfor no funciona; las vacunas, sí.
Referencias
Testa, Daniela. (2018) Del alcanfor a la vacuna Sabin. La poliomielitis en la Argentina. 2018, p. 207. Ed. Biblios.
Hajar R. El aire de la historia (Parte II) La medicina en la Edad Media. Miradas al corazón. 2012 Oct;13(4):158-62. doi: 10.4103/1995-705X.105744. PMID: 23437419; PMCID: PMC3573364.
Traducido por la Dra. Cecilia Hidalgo