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Del NYT: cómo habría que leer los estudios sobre el coronavirus o cualquier artículo científico

La investigación científica publicada, como cualquier escrito, es un género literario peculiar.
Por Carl Zimmer
1 de junio de 2020


En estos días muchas personas están leyendo artículos científicos por primera vez en su vida, con la esperanza de dar sentido a la pandemia de coronavirus. Si usted es uno de ellos, tenga en cuenta que el artículo científico es un género literario peculiar al que puede tomar un tiempo acostumbrarse. Y también tenga en cuenta que estos no son tiempos típicos para las publicaciones científicas.
Es difícil pensar en otro momento de la historia en el que tantos científicos hayan centrado su atención en un único tema a tal velocidad. A mediados de enero, comenzaron a aparecer artículos científicos con los primeros detalles sobre el nuevo coronavirus. A finales del mes, la revista Nature se maravillaba de que se hubieran publicado más de 50 artículos. Ese número se ha incrementado en los últimos meses a una tasa exponencial, lo que corresponde a tiempos de pandemia.
La base de datos de la Biblioteca Nacional de Medicina a principios de junio registra más de 17,000 artículos publicados sobre el nuevo coronavirus. Un sitio web llamado bioRxiv, que alberga estudios que aún no han sido revisados ​​por pares científicos, contiene más de 4,000 artículos.
En épocas anteriores, pocas personas, aparte de los científicos, habrían visto estos documentos. Meses o años después de haber sido escritos, terminarían en revistas impresas escondidas en algún estante de una biblioteca. Pero en la actualidad el mundo puede surfear sobre la creciente ola de investigación relativa al nuevo coronavirus. La gran mayoría de los artículos al respecto se pueden leer de forma gratuita en línea.
Pero el hecho de que los documentos científicos sean más fáciles de encontrar no significa que sean fáciles de entender. Leerlos puede ser un desafío para el lego, incluso para quien posea algo de educación científica. No es solo por la jerga que los científicos usan para comprimir muchos resultados en un espacio pequeño. Al igual que los sonetos, las sagas y las historias breves, los artículos científicos constituyen un género con sus propias reglas implícitas, reglas que se han ido desarrollando durante generaciones.
Los primeros artículos científicos se parecen más a cartas entre amigos, que relatan pasatiempos y rarezas. El primer número de las Philosophical Transactions de la Royal Society, publicado el 30 de mayo de 1667, incluía despachos breves con títulos como “Informe sobre la mejora de los vidrios ópticos” y “Informe sobre un ternero monstruoso muy extraño”.

Cuando los filósofos naturales enviaban sus cartas a las revistas del siglo XVII, eran los editores quienes decidían si valía la pena publicarlas o no. Pero después de 200 años de avances científicos, los científicos victorianos ya no podían ser expertos en todo. Los editores de las revistas enviaban los artículos a especialistas externos que entendieran los detalles de una rama de investigación en particular mejor que la mayoría de los científicos.
A mediados de la década de 1900, esta práctica se convirtió en la práctica que hoy se conoce como revisión por pares. Una revista publicaría un artículo solo después de que un panel de expertos externos decidiera que era aceptable. Algunas veces los revisores rechazaban el artículo directamente; otras veces requerían que se corrigieran aspectos considerados débiles, ya sea revisando el texto o haciendo una investigación adicional.
En el camino, los artículos científicos también desarrollaron una arquitectura narrativa distintiva. Un artículo publicado hoy en Philosophical Transactions ya no es una carta con chismes, sino un relato de cuatro partes. Los artículos suelen abrirse con algo de la historia que justifica la nueva investigación que contienen. Luego, los autores exponen los métodos que utilizaron para llevar a cabo esa investigación: cómo hicieron para seguir y observar a los leones, cómo midieron los químicos en el polvo marciano. Luego, los artículos presentan sus resultados, seguidos de una discusión sobre lo que esos resultados significan. Los científicos suelen señalar las deficiencias en su propia investigación y ofrecer ideas para nuevos estudios que permitan juzgar si sus interpretaciones pueden seguir sosteniéndose.
Como escritor científico, he estado leyendo artículos científicos durante 30 años. Supongo que he leído decenas de miles de ellos, en busca de nuevos avances sobre los que escribir, o para hacer la investigación de base de mis propios textos. Si bien yo no soy científico, me he sentido bastante cómodo navegando alrededor de ellos.
Una lección que aprendí es que puede tomar trabajo reconstruir el relato que subyace a un artículo. Si llamo a los científicos y simplemente les pido que me cuenten lo que han hecho, pueden ofrecerme una narrativa fascinante sobre su exploración intelectual. Pero en las páginas de sus textos, los lectores somos quienes tenemos que armar el relato por nosotros mismos.
Parte del problema puede radicar en que muchos científicos no reciben gran capacitación en escritura. Como resultado, puede ser difícil determinar con precisión qué pregunta está abordando un artículo, cómo responden a ella los resultados y por qué algo realmente importa.
Las demandas de la revisión por pares – satisfacer las demandas de varios expertos diferentes- también pueden hacer que los artículos resulten aún más difíciles de leer. Las revistas pueden empeorar las cosas al requerir que los científicos corten sus documentos en trozos, algunos de los cuales van al exilio en algún archivo complementario. Leer un artículo puede ser como leer una novela y darse cuenta solo al final de que los Capítulos 14, 30 y 41 fueron publicados por separado.
En la actualidad la pandemia de coronavirus presenta un desafío adicional: hay muchos más artículos de los que cualquiera podría leer. Si usted recurre a una herramienta como Google Scholar, es posible que logre concentrarse en algunos de los artículos que otros científicos ya están citando. Estos pueden proporcionar los bosquejos de los últimos meses de la historia científica: el aislamiento del coronavirus, por ejemplo, la secuenciación de su genoma, el descubrimiento de que se propaga rápidamente de persona a persona incluso antes de que aparezcan los síntomas. Artículos como estos serán citados por generaciones de científicos aún por nacer.
Sin embargo, la mayoría no lo será. Cuando se lee un artículo científico, es importante mantener un escepticismo saludable. La actual avalancha de artículos que aún no han sido revisados por pares, conocidos como preimpresiones, incluye muchas investigaciones débiles y afirmaciones engañosas. Unos son retirados por sus autores. Muchos nunca llegarán a ser incluidos en una publicación científica. Sin embargo, algunos de ellos están ganando titulares sensacionalistas antes de agotarse en la oscuridad.
En abril, por ejemplo, un equipo de investigadores de Stanford publicó una preimpresión en la que se afirmaba que la tasa de mortalidad de Covid-19 era mucho más baja de lo que otros expertos estimaban. Cuando Andrew Gelman, un estadístico de la Universidad de Columbia, leyó su preimpresión, estaba tan enojado que exigió una disculpa pública.
“Perdimos tiempo y esfuerzo discutiendo este artículo cuyo principal atractivo marketinero son números que esencialmente son el producto de un error estadístico”, escribió en su blog.
Pero el hecho de que un artículo pase una revisión por pares tampoco significa que esté por encima de escrutinio. En abril, cuando investigadores franceses publicaron un estudio que sugiere que la hidroxicloroquina podría ser efectiva contra Covid-19, otros científicos señalaron que la muestra en que se basaban era pequeña y no estaba rigurosamente diseñada. En mayo, se publicó un artículo mucho más extenso en The Lancet donde se sugería que la droga podría aumentar el riesgo de muerte. Cien científicos destacados publicaron una carta abierta cuestionando la autenticidad de la base de datos en la que se basó el estudio.
Cuando lea un artículo científico, trate de pensarlo como lo hacen otros científicos. Haga algunas preguntas básicas para juzgar su mérito. ¿Se basa en unos pocos pacientes o en miles? ¿Está confundiendo correlación con causalidad? ¿Los autores realmente presentan la evidencia requerida para llegar a sus conclusiones?
Un atajo que a veces puede ayudarlo a aprender a leer un artículo como un científico es hacer un uso juicioso de las redes sociales. Destacados epidemiólogos y virólogos han estado publicando hilos en Twitter con sus reflexiones, por ejemplo, explicando por qué creen que los nuevos artículos son buenos o malos. Pero siempre asegúrese de seguir a personas con gran experiencia y no a robots o agentes de desinformación que trafican tonterías conspirativas.
La ciencia siempre ha recorrido un camino lleno de baches. Ahora está en una carrera extraordinaria, con el mundo buscando cada nueva preimpresión y artículo revisado por pares con la esperanza de que surja alguna pista que ayude a salvar millones de vidas.
Sin embargo, nuestra situación actual no cambia la naturaleza del artículo científico. Nunca revela una verdad absoluta. En el mejor de los casos, da cuenta del estado en que se halla nuestra mejor comprensión de los misterios de la naturaleza.

 

Traducido por la Dra Cecilia Hidalgo